En este sentido, la actividad política se ha convertido en un espectáculo de entretenimiento, cuyo impacto negativo está debilitando los valores democráticos, que ha propiciado el auge de los populismos más radicales y ha consolidado un clima de polarización ideológica y afectiva. En la última década, Chile vive una anomalía democrática cuya evidencia es la existencia de 25 partidos políticos que destacan más por su demagogia y su facilidad para ofrecer soluciones fáciles a problemas estructurales complejos, utilizando para ello, las redes sociales, tiktok, whatsapp y los medios de comunicación tradicionales con el objetivo de buscar el postureo social y la visibilidad mediática.
Al reducir la política a un simple espectáculo, se pierde la capacidad de debatir con mesura, eficacia y rigurosidad, los temas de interés que más preocupan a la ciudadanía, lo cual, provoca un debilitamiento de las instituciones del Estado y complica de manera significativa la toma de decisiones basada en la evidencia empírica para que los municipios, las provincias, la regiones y el país avance en igualdad de oportunidades y justicia social.
¿Por qué ocurre este fenómeno? Quizás la respuesta la podemos encontrar en la confluencia de diversos factores como: la desconfianza en las instituciones y en los partidos políticos tradicionales; la corrupción, malversación y escándalos políticos; las crisis económicas; la precariedad laboral; el incumplimiento de promesas electorales; el problema de acceso a la sanidad, educación o vivienda digna, entre otros. Es precisamente en este contexto, cuando aparecen los lideres políticos carismáticos que son expertos en simplificar los problemas y ofrecer sus recetas autoritarias, cuyo objetivo principal es conectar emocionalmente con el electorado que esta descontento, para ello, simplifican su mensaje para ganar apoyos en contextos de polarización social.
En la última década, esta realidad ha hecho aumentar la pérdida de credibilidad en el sistema político chileno, cuya desconfianza institucional va mucho más allá de la esfera política, extendiéndose al ámbito judicial, empresarial, policial, administración pública y medios de comunicación. Generando, en la sociedad chilena un sentimiento silencioso de apatía, rabia, cansancio, miedo, frustración, hartazgo, desconfianza y decepción hacia las instituciones, los partidos y personas que se dedican a la política.
Con este panorama en el horizonte, el próximo 16 de noviembre la ciudadanía chilena esta llamada a participar de un nuevo ciclo electoral, donde votar es obligatorio por ley. En esta ocasión, se celebran las elecciones a senadores en siete regiones, las elecciones a diputados en todo el territorio nacional, y la primera vuelta de las elecciones presidenciales. De hecho, los electores deben depositar su confianza en uno de los cinco pactos parlamentarios o bien por aquellos que han decidido competir con su propia marca: Partido de la gente, Partido de trabajadores revolucionarios, Amarillos y el Partido ecologista verde. Sin duda, será un buen termómetro para observar si los chilenos y chilenas deciden con su voto avanzar o retroceder, todo ello, en un contexto marcado por el ruido mediático, el postureo social, la polarización afectiva, así como, la desconexión entre la clase política y la ciudadanía.
Basta con observar, la puesta en escena de la campaña electoral por parte de lo/as candidato/as a diputados y senadores, así como, la franja electoral de los candidato/as a las elecciones presidenciales, para darnos cuenta cómo la banalización de la política, ha transformado la estrategia electoral que pivota sobre las soluciones fáciles apelando a miedos, prejuicios, estereotipos, sesgos y esperanza con el único propósito de captar el voto de la gente común, a pesar de tener conocimiento las diversas marcas políticas que a medio largo plazo la realidad demostrara la inviabilidad de muchas ideas, promesas o propuestas que se prometen en campaña electoral.
En definitiva, hace falta más empatía y menos deshumanización, hace falta más cercanía con la gente y menos “selfie y videos en solitario”, hace falta menos egos ideológicos y más colaboración basada en el dialogo, la ética, la transparencia, el compromiso y la eficacia para solucionar las prioridades que demanda la sociedad chilena. Hoy por hoy, la ciudadanía reclama una vida más digna, pero la lógica política en campaña electoral busca ofrecer una visión simplista de los problemas que aquejan a Chile y sus regiones, con la presencia de candidatos que se ofrecen como el salvadores de todos los males que afligen al país de norte a sur, ocupando toda la pantalla, mientras los problemas reales de la ciudadanía se difuminan o simplemente no aparecen por ningún lado, lo cual, evidencia grandes carencias en la capacidad de análisis para comprender la complejidad de la realidad social del presente y futuro.
La banalización de la política, ha consolidado una nueva camada de políticos que tienen la necesidad personal de foco mediático y el postureo social, donde la prioridad es el “selfie” y las soluciones fáciles a problemas complejos, en definitiva existe una obsesión de venderse así mismo 24/7, lo cual, deshumaniza al candidato/a, transformándolo en un mero producto de marketing sin valores, ni ética, ni proyecto de país. Sin embargo, existen algunos políticos que se comportan más como influencers con un mensaje populista o polarizante, antes que participar como legisladores en debates técnicos o legislativos.
En ese sentido, la percepción colectiva cada vez es más consciente que la inmensa mayoría de los políticos no logran conectar con sus preocupaciones reales durante la campaña electoral. De hecho, muchos políticos hablan de la calle pero muy rara vez la pisan, muchos hablan de conocer a la clase media trabajadora pero no tienen ni idea de lo que cuesta llegar a fin de mes. La sociedad chilena, debe aprender a exigir a sus lideres políticos debates constructivos, basados en el compromiso, la honestidad y la transparencia para trabajar colaborativamente dejando de lado los egos ideológicos, para proporcionar soluciones eficaces a los problemas complejos que llevan décadas afligiendo a la sociedad chilena.
A modo de conclusión, podemos decir que en los últimos años la banalización de la política ha consolidado un clima tóxico de polarización ideológica y afectiva, que ha provocado una grave fragmentación social, que está debilitando los valores democráticos en Chile. Incluso, podemos observar en esta campaña electoral que muchos candidato/as han dejado de ser personas auténticas, cercanas, sencillas y humanas para transformarse en un producto de marketing cuya carta de presentación es un eslogan genérico o vacío.